Antes de marcharnos a Oporto me calcé mis gafas de pasta (que me dan un aire de intelectual que no veas) y me puse a investigar. Quería encontrar sitios interesantes, restaurantes de esos que sólo conocen los que viven allí, tienditas bonitas... y así encontré la Feira da Vandoma, una especie de mercadillo que se realiza los sábados al lado del río. Yo, que tengo mucha tendencia a idealizarlo todo, escuché aquello de que vendían principalmente objetos usados y me imaginé puestos callejeros lleno de corsés antiguos que utilizaría para fotos, cajas de música con historia, tacitas de té de abuelas portuguesas con grabados de nomeolvides y algunos desconchones, tocadiscos olvidados... En fin, un paraíso de los amantes del vintage.
Lo que me encontré realmente fue un cutremercadillo con mantas en el suelo en donde se vendían zapatos desparejados, cubos de plástico rotos de Dora la Exploradora, piezas de coche presumiblemente robadas, vajilla de esa de cristal marrón que tienen todas las madres de España (menos la mía que es muy elegante), números antiguos de periódicos portugueses y, en general, todo lo que la gente no quiere tener por casa. Terrible.
Pero yo, fiel a mi espíritu #elquenoseconsuelaesporquenoquiere, pasé de los balones deshinchados y de las llantas ''de segunda mano'' y me puse a mirar las vistas, porque la Feira se celebra justo a la orilla del Douro y tiene unas vistas que sólo por ellas ya merece la pena pasarse por allí.
Para consolarme un poco de la decepción que me había llevado, mi novio me llevó a la orilla del río más turística, donde las fachadas son del mismo estilo que las del resto de Oporto pero están restauradas, con lo que no son tan decadentes sino que parecen recién sacadas de un pueblito costero y enamoran más (creo que hasta son Patrimonio de la Humanidad).
Cogimos hasta el barquito que te daba una vuelta por el río, que merecía mucho la pena porque así también ves las bodegas de la otra orilla (entramos en Sandeman después, pero no hay fotos porque allí nos encontramos por cuarta vez con los padres de unos amigos con los que nos llevábamos tropezando todo el viaje y entre charla y catas de vino se me olvidó sacar la cámara). Lo mejor: unas americanas que iban en el barco discutiendo por qué tenían que poner la audioguía en francés, italiano, español y portugués, cuando son prácticamente el mismo idioma. En fin.
También quisimos cruzar el río por el puente más alto que hay, que tiene unas vistas impresionantes. La subida por callecitas tremendamente empinadas casi me mata, pero las vistas mientras ascendíamos merecieron mucho la pena.
Pero sin con algo me quedo, si hay algo que me viene a la mente cuando pienso en Oporto, es la vista desde allí arriba: el viento revolviéndome el pelo, mi novio y yo hablando a gritos porque no oíamos nada, un perrito que estaba muerto de miedo por las alturas hecho una bola contra el suelo, y ahí abajo Oporto entera, señorial y magnífica, mirando al Atlántico con esa paz y esa filosofía slow life que la caracterizan.
Oporto: Parte I. Oporto: Parte II (¡es ésta!) Oporto: Parte III - en Little Haggi.
¿Qué te ha parecido Oporto? ¿La has visitado alguna vez?
Me ha encantado leerte!! Vaya fotazas ♥
ResponderEliminar¡Muchas gracias Victoria!
EliminarUn beso enorme :)